viernes, 16 de febrero de 2018

El culto a la personalidad (Artículo mexicano)

 El narcisismo, el egocentrismo y la soberbia van de la mano cuando de auto alabarse o ser lisonjeado se trata. 
Muy propio de la clase política en todo el mundo es el culto a la personalidad. En los artistas este rasgo raya en lo absurdo y para muchos es adoptado como una forma de vivir.
En el país, hace casi dos siglos, Agustín de Iturbide se proclamó excelentísimo y otros títulos, siendo ello parte de su debacle. Maximiliano también recibió títulos, al igual que su esposa Carlota, a quien le gustaba que le nombraran emperatriz. Ni qué decir de Antonio López de Santana, otro que recibía con agrado muchos adjetivos entronizados. Pasando un buen tiempo, ya en plena Revolución, nació en el país lo que sería el tren institucional, con villanos, héroes, bandidos, caciques y muchos generalatos, siendo don Venustiano Carranza el primero en treparse y estrenar este tren para dar paso al culto a la personalidad. 
Alabar la investidura del alcalde de cualquier municipio, gobernador de algún estado o el presidente de la república, es visto como normal por el pueblo mexicano. Los políticos suelen pagar por que algún pasquín promocione sus discursos, sus obras, sus eventos o busque su lado fotogénico, incluyendo su sonrisa, para alabar su figura que es, sin duda, la mentira envuelta en un disfraz. Privatizan las sonrisas, la vestimenta, el peinado y hasta el cinismo fomentando una especie de humor negro que envuelve a la sociedad. El orgullo arropa la propia miseria e insignificancia de muchos políticos antes de ser presidentes, gobernadores, diputados o senadores, y muestra lo que le espera a la sociedad detrás de una sonrisa congelada, sardónica o sarcástica. El orgullo del hombre hace cuanto puede por justificar su nombre y cree que copiar la imagen es saltar a la gloria; dicho de otro modo, al hombre le gusta retratarse en sus dioses, aunque esos ídolos sean de lodo.
 El culto a la personalidad es para la mayoría de los políticos mexicanos, hacer que sus súbditos los sigan hasta la ignominia, que por él mastiquen el alimento; es el retrato del surrealismo de nuestra política, encerrado en el inconsciente colectivo, un delirio popular labrado a base de propaganda por la máquina de los medios masivos al servicio del que puede pagar. En este país labrado de circunstancias y muchas casualidades suceden utopías y paradojas perversas, citaré una: Cuando una personalidad inaugura alguna obra de cualquier tipo, sea unos metros de pavimento o un puente, y los medios hacen propaganda, comentan que este personaje “hizo” o “llevó a cabo” dicha obra, y lo que en realidad están haciendo es tratar de vernos la “P” de pendejos en la frente. Su mensaje intenta vendernos la idea de que se le está haciendo un favor al pueblo, cuando sabemos que es una obligación para los que ostentan el poder que los habitantes o ciudadanos les han conferido. Su función es hacer obras, administrar el dinero, incluso obligar a los subordinados que den buen servicio en los diferentes frentes y entender que es dinero del pueblo y que para eso se les paga muy buen salario. 
Parece que el país esta afiliado a un sufrimiento de vivir en cada elección la misma cantaleta y después soportar la lluvia de desmanes que estos funcionarios ya sentados en sus puestos hacen, muchas veces gracias a la propaganda pagada a sus virtudes inventadas y a personalidad comprada. 
El vedetismo, muy de moda en el deporte,sobre todo en el fútbol también aplica entre los políticos, donde va desde el maquillaje, llamado look, hasta sus poses y la obsesión por buscar su mejor ángulo fotográfico. Me comenta un agricultor que ya la gente no compra por el sabor su fruta (melón, sandía), sino por su presentación, es decir, porque la fruta esté bonita. Un ejemplo: el durazno americano, sí, muy bonito, ¿pero acaso sabe a durazno? Según se ve, los mexicanos somos muy dados a creer en las mismas mentiras y las imágenes que nos venden caras la clase política y todo para seguir adornando ese culto a la personalidad que muchos profesan. 



 FIDENCIO  TREVIÑO  MALDONADO. México,